domingo, 27 de febrero de 2011

Pasen y vean...


"La capital de Alaska, Canadá". Sí, no se preocupen, es normal, yo también sentí vergüenza ajena al escuchar  semejante apunte digno de una magistral clase de geografía. Pero, ¿se imaginan quien es el/la artífice de tal fechoría? ¡Hagan sus apuestas! Es más sencillo de lo que parece, se lo aseguro. Unas cuantas pistas bastarán para cerrar el círculo de sus candidatos. Y no, no es un niño, aunque créanme que muchos mañacos tienen más cociente intelectual y saber estar que la emisora (les adelanto que se trata de una mujer) de esta sentencia. Y hasta puede que me hubiera causado gracia si la frase hubiera provenido de un pequeño inocente en cuya lección no se halla todavía la geografía mundial. Sin embargo, el asunto es mucho más grave.

Les daré algunas pistas, a ver si saben de quién hablo. Es muy fácil, ya verán. Atentos a la descripción: se trata de una conocidísima rubia; orgullosa madre coraje (la única en el mundo) que por su hija sería capaz de verse entre rejas; prestigiosa CO- PRE- SEN- TA- DO- RA de un circo diario vespertino que cuenta orgulloso con los mejores payasos de la televisión; ex – novia de un famoso torero pero fiel amante del mismo en sus sueños y pesadillas, en las que tiene que lidiar con una morena que toca las campanas del corazón del susodicho profesional taurino,  así como remodelada mujer que parece recién salida de la obra de nuestro más ilustre pintor malagueño “Las señoritas de Aviñón”, con perdón al maestro pictórico por semejante osadía. ¿Necesitan más pistas? Seguro que no. Lo que necesitamos, o por lo menos yo personalmente, es que ese personajillo mediático antes de hablar se tome unos segundos (o minutos, horas, días, incluso años, se lo permitimos) respire profundamente, reflexione (si es que conoce el significado de tan culta palabra) y en uno de sus abrir y cerrar de ojos sea consciente de una vez por todas de que ya ha llenado el cupo del ridículo y lo que viene después es la pena. Y a mí, personalmente, ya ni siquiera me provoca esa sensación. Me pregunto cuándo se cansará la audiencia de alimentar la incultura. 

Mientras tanto, me consuelo pensando que este tipo de personajillos vienen con una obsolescencia programada de fábrica, aunque la caducidad de esta mujer parece que está tardando demasiado en llegar. No se sorprendan si cualquier día se despiertan con la exclusiva de que esta señora se ha convertido en la princesa de un Canadá ubicado en Alaska.


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