No vengo de mundos olvidados ni camino hacia paraísos prometidos.
No confío en ningún Dios, al menos no en los modelados por el ser humano: de apariencia masculina y de acciones más que sutiles.
No tengo banderas a las que serles fiel ni himnos marcados por fronteras imposibles.
Soy de mares y de tierras.
Vengo un poco de aquí y un poco de allí y camino hacia amaneceres libres de nubes quejicosas.
Confío en las miradas limpias, con nombre de mujer o de hombre, que susurran sus verdades sin prisas.
Tengo mi propia bandera, una para cada día, según mi estado del alma, y alzo la voz al sentir el himno del latido de la vida.